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Yo el peor de todos, crónica de un juninense sin motricidad fina

Oda a la inutilidad.

Desde mis primeros recuerdos siempre resulté ser un inútil. Nada hábil para nada que tenga que ver con lo manual.

No se cambiar el cuero de una canilla. Si se me pincha un neumático, dios quiera que no, no sé por dónde empezar a armar el rompecabezas del cambio de goma. Tampoco lo mío es clavar un clavo en una pared y mucho menos encarar a pintarla.

Amandarí y su desparramo de energía positiva

Desde que iba a la Escuela primaria n° 22 recuerdo haber sido un completo inútil en las clases de manualidades.

Todo lo que tiene que ver con la llamada motricidad fina me empioja la vida.

Nada más lejano para mí que manejar con habilidad tuercas, arandelas, martillos y todos esos objetos extraños conocidos como herramientas. Las ferreterías son quizás el peor sitio creado por el ser humano.  Solo comparable a una sala de máquinas donde se alojen generadores, calderas, compresores o bombas mecánicas.

Soy un “Marley” en el amplio sentido de la palabra. “Marleniando” a cada instante, así ando en el día a día, llevándome por delante una puerta de vidrio, tropezando con un pozo, olvidándome las llaves de mi casa en cualquier lugar o volteando una copa de vino recién servida y a punto de tomar.

Hace pocos días invité a comer sushi a casa a unos clientes con quienes quería quedar muy bien para después estimularlos a seguir invirtiendo en mis proyectos. Todo marchaba bien hasta que me explotó en las manos el tarrito de salsa de soja después de estar unos cinco minutos intentando abrir ese plástico horrible que lo cubre.

Terminé derramando como en una cascada imparable toda la salsa en la camisa de unos de mis invitados.

Amandarí y su desparramo de energía positiva

Al principio cuando alguien se mofaba de mi inutilidad para, por ejemplo, poder abrir el capot de un auto, le decía con suficiencia que lo mío no eran las manos y sí en cambio esto. Y me señalaba la cabeza haciendo relación a que lo mío era el pensamiento y la inteligencia y no lo manual.

Con los años logré superarme y embarcarme sin miedo en pequeños arreglos hogareños, plantar algún árbol o armar un banner de pie sin que se caiga a los 10 minutos. Como toda persona torpe me cuesta mucho cuidar los detalles.

Nada más lejano en la vida que las manos percudidas de este hombre.

Guillermo, un amigo de toda la vida, que tiene las manos rajadas como canaletas, sucias y percudidas como un trapo de cocina, por haber plantados árboles, echo pozos y haber arreglado motores de tractores con herramientas del infierno, entre otras brutalidades, siempre me dice:

“Es un milagro que siendo tan inútil te vaya relativamente bien en la vida”.

Y es cierto es un milagro que esté aun de pie, y que me vaya relativamente bien en la vida aunque no pueda ni cambiar el cuerito de una canilla.

Por Benito Insúa.