Con más del 90% de su superficie agrícola bajo siembra directa, la Argentina se posiciona como líder mundial en prácticas sostenibles. El país no solo aumentó su producción de granos, sino que también avanza en mitigar emisiones de gases de efecto invernadero y en aprovechar el potencial de sus suelos como grandes reservorios de carbono.
En las últimas tres décadas, la agricultura argentina experimentó una transformación profunda que la ubicó en la vanguardia mundial. Desde 1990, el país logró reducir en un tercio las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por unidad de producto en el sector agroalimentario, gracias a la adopción masiva de tecnologías y prácticas de intensificación sostenible.
Uno de los hitos más destacados fue la incorporación de la siembra directa (SD), que hoy cubre más del 90% de la superficie cultivada. De acuerdo con datos de AAPRESID y el ReTAA, en la campaña 2023/24 esta forma de producir alcanzó al 94% del área de soja, 90% de maíz, 88% de trigo y 79% de cebada. En comparación, en 1993 solo se utilizaba en el 14% del área agrícola.

Los beneficios de la siembra directa son múltiples: reduce la erosión de suelos en un 90%, disminuye la pérdida de agua en un 70% y baja el uso de combustible en un 60%. Al mismo tiempo, mejora el balance de materia orgánica de los suelos, estabiliza los rindes y permite ampliar la superficie cultivada con menor impacto ambiental.
Prácticas sostenibles y captura de carbono
La siembra directa se complementa con un conjunto de prácticas sostenibles para los suelos (SSM), como la inclusión de cultivos de servicio, la rotación con pasturas perennes y la cobertura continua del suelo. Estos planteos permiten, en muchos casos, alcanzar sistemas neutros en carbono o incluso con capacidad de secuestro de CO₂.
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El carbono orgánico del suelo (COS) es hoy considerado el indicador más importante de la calidad agrícola. Su incremento mejora la fertilidad y productividad del lote, pero además convierte a los suelos en aliados frente al cambio climático.
Un trabajo conjunto de INTA, SAGPYA, AAPRESID y CREA estimó que los suelos argentinos almacenan el 2% de la reserva mundial de carbono orgánico, con 13.300 millones de toneladas en los primeros 30 cm de profundidad. Tres ecorregiones —la Estepa Patagónica, la Pampa y el Chaco Seco— concentran más del 55% de esas reservas.

El potencial de mitigación es enorme. Según estimaciones, la adopción generalizada de buenas prácticas de manejo en la región pampeana podría compensar entre 11% y 48% de las actuales emisiones de GEI del país.
Producción en expansión
La sustentabilidad no está reñida con el crecimiento productivo. Con apenas 3,4 millones de hectáreas adicionales, Argentina podría aumentar su producción de granos de 159 a 251 millones de toneladas hacia 2035, de forma sostenible. Esto implicaría pasar de 31,4 a 34,8 millones de hectáreas cultivadas, cifra posible dentro de las condiciones agroecológicas del país.
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“El suelo argentino tiene un potencial único: con incentivos adecuados, la agricultura nacional puede producir 250 millones de toneladas y, al mismo tiempo, aportar soluciones a problemas globales como el cambio climático y la seguridad alimentaria”, explicó el especialista Pérez Andrich.
Reconocimiento internacional
El mapeo del carbono orgánico en suelos realizado en Argentina fue adoptado por la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación como indicador clave para monitorear la meta de neutralidad en la degradación de tierras hacia 2030. Este reconocimiento internacional pone en evidencia que la experiencia local no solo es relevante para la producción nacional, sino que constituye un modelo de referencia global.

Un desafío y una oportunidad
La agricultura argentina demostró que es posible producir más con menos impacto, combinando tecnología, innovación y manejo sostenible. El desafío hacia adelante será consolidar esta posición, garantizar políticas de incentivo y ampliar la adopción de prácticas que permitan no solo sostener, sino potenciar la productividad en armonía con el ambiente.
Argentina, con sus suelos, productores y sistemas de gestión, no solo alimenta al mundo: también ofrece respuestas concretas al cambio climático.