La compactación, la pérdida de materia orgánica y el mal aprovechamiento del agua son síntomas cada vez más visibles en los suelos de la región. Los hermanos Ciparicci, explican cómo un manejo integral con raíces, nutrientes balanceados y vida en el suelo puede mejorar la eficiencia productiva.
Jonathan y Pablo Ciparicci recorren los campos de la región pampeana. Oriundos de San Francisco, Córdoba, y representantes de la empresa Rasafértil, llegaron a Junín para observar de cerca lo que ya advierten como una problemática extendida: la degradación de los suelos agrícolas.
“Estamos viendo compactación, acidificación, pérdida de materia orgánica. Eso genera poco aprovechamiento del agua: cuando llueve se encharca y cuando falta humedad los cultivos no pueden aprovechar lo poco que hay”, resume Jonathan.

El diagnóstico no sorprende: tras décadas de agricultura convencional, la mayoría de los lotes de la Pampa Húmeda muestran síntomas de desgaste. Lo que preocupa es la magnitud. “El 90% de los suelos presenta algún nivel de deterioro. Venimos de tres o cuatro años de sequía y ahora, con un exceso de lluvias, ya aparecen lagunas por todos lados. No es agua de afuera, es el mismo lote que no logra absorber lo que recibe”, advierte Pablo.
Suelos que deben volver a ser esponjas
La imagen que proponen los técnicos es sencilla: un suelo sano debería comportarse como una esponja. “Un suelo bien estructurado puede infiltrar hasta 150 milímetros por hora. Eso significa que incluso lluvias intensas se podrían haber aprovechado como reserva para los cultivos. Pero cuando el suelo se comporta como un pavimento, no infiltra y todo termina encharcando los bajos”, explica Jonathan.
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La clave, dicen, es generar estructura estable. Muchos productores buscan soluciones rápidas con laboreos mecánicos o herramientas verticales, pero esos métodos duran poco. “Lo que rompe una máquina se vuelve a compactar enseguida. En cambio, las raíces de los cultivos de cobertura son las que realmente desarman esa compactación y dejan poros estables. A eso hay que sumarle lombrices, microorganismos, vida en el suelo”, agregan.

Del bolsillo al suelo
El cambio de enfoque no solo tiene impacto ambiental, también económico. “El productor que lo prueba se convence enseguida porque lo ve en el bolsillo. El campo empieza a producir más y hoy los números de la agricultura están muy ajustados. Hay que ser lo más eficiente posible, y eso significa aprovechar al máximo el agua y los nutrientes que ya tenemos en el suelo”, sostiene Pablo.
Uno de los problemas más frecuentes es que los cultivos no logran absorber los nutrientes bloqueados en el perfil. “Dependemos cada vez más de insumos externos cuando en realidad los suelos podrían aportar mucho más. El desafío es desbloquear ese potencial”, señala Jonathan.
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Nutrientes más allá
Los especialistas remarcan un error habitual: pensar en nutrir la planta y no el suelo. “Normalmente se aplica nitrógeno y fósforo, y nada más. Pero el suelo necesita también calcio, magnesio, azufre. Si no reponemos lo que fuimos extrayendo durante 50 o 100 años, la cuenta no cierra”, afirma Pablo.
En esa línea, Raza Fértil desarrolla mezclas de entre 9 y 11 nutrientes, con más de 80 fórmulas distintas, que permiten una nutrición balanceada. “Trabajamos con dos líneas: enmiendas, que corrigen a mediano plazo y devuelven nutrientes en dosis mayores, y arrancadores, que se aplican en cada cultivo y permiten ver respuestas inmediatas”, explica Jonathan.

La propuesta apunta a que cada peso invertido en nutrición devuelva al productor no solo rendimiento, sino también recuperación de la salud del suelo. “El objetivo es doble: más producción y más raíces explorando en profundidad. Hoy es raro encontrar raíces más allá de los 20 centímetros. Sin embargo, un cultivo puede llegar a dos metros y una alfalfa hasta seis. Ahí está el verdadero banco de agua”, concluye Pablo.
Pala en mano
El método de diagnóstico es tan básico como revelador: clavar una pala en el lote. “Cuando las raíces llegan a los 10 o 15 centímetros y se abren o doblan, ahí está la compactación. En cambio, en un suelo sano las raíces bajan rectas y profundas. Esa simple observación ya nos dice mucho”, comenta Jonathan.
El trabajo de recuperación no es inmediato, pero los resultados aparecen pronto. “En los primeros años ya se notan cambios importantes. Cuando uno es consecuente con el manejo, en poco tiempo se ve la diferencia”, asegura Pablo.
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Un camino colectivo
Los hermanos Ciparicci insisten en que el desafío es compartido. “Lo ideal no es sacar el agua con canales, que terminan formando ríos donde no los había, sino aprovecharla con producción. Que esa agua quede en el perfil y sirva en los momentos de seca”, plantean.
Por eso, recorren periódicamente la región, visitan productores interesados y promueven reuniones de intercambio.
Y cierran con una convicción: “El suelo puede recuperarse. No es de un día para el otro, pero cuando uno empieza a trabajar con raíces, lombrices y vida, los resultados aparecen. Y se notan en la producción y en la sustentabilidad”.