Con un horizonte climático y económico incierto, la campaña fina 2025 plantea interrogantes clave para los productores agrícolas: ¿apostar al trigo?, ¿diversificar con otras especies?, ¿o directamente saltear la siembra de invierno?
Las respuestas no son universales, pero sí hay una certeza: quienes deciden sembrar lo hacen ajustando todas las variables posibles, desde el diagnóstico de ambientes hasta la estrategia comercial.
El trigo sigue estando en el centro de la escena, aunque cada vez más desafiado por los números. La experiencia de la última campaña dejó lecciones claras: en el centro del país, un buen cierre climático permitió superar los 5.200 kg/ha —por encima del promedio histórico de 4.800— gracias a la ausencia de heladas en el período crítico.
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Frente a este escenario, el manejo técnico se vuelve aún más importante. La elección de variedades adaptadas, el escalonamiento de fechas de siembra y el control sanitario forman parte del paquete tecnológico. En la zona centro, la apuesta tradicional a los ciclos intermedios sembrados en la primera quincena de junio y a los ciclos cortos a partir de julio se vio alterada: los trigos de ciclo largo, que suelen tener mayor potencial, sufrieron por la escasez hídrica y en muchos casos no se sembraron.
La fertilización variable sigue consolidándose como una herramienta clave, especialmente en lotes con alta heterogeneidad. Cada vez más productores ajustan dosis en función de mapas de rendimiento y zonificación ambiental, optimizando recursos y maximizando resultados.
La siembra de trigo, el cultivo que representa dinero fresco para el productor
El doble cultivo, entre la oportunidad y la presión del alquiler
El doble cultivo sigue siendo una estrategia atractiva, sobre todo si la soja de segunda responde. Sin embargo, en muchos casos el maíz aparece como opción más rentable, y la comercialización se convierte en una pieza fundamental del rompecabezas: hay que capturar precios a tiempo, sin esperar a la cosecha. Esta necesidad se acentúa en campos alquilados, donde los márgenes de la última campaña evidenciaron una fuerte dependencia del valor del arrendamiento. Cuando el alquiler aprieta, el rinde debe acompañar, y la planificación se vuelve más compleja.
Resultados destacados en los ensayos de trigo 2024 realizados por la AIAJ
En este contexto, la imposibilidad de hacer siembras tempranas por definiciones contractuales impulsa la exploración de nuevas alternativas. La camelina, por ejemplo, entra en una ventana ideal: se siembra en junio, se cosecha en noviembre, genera ingresos y además compite con malezas, reduciendo el uso de agroquímicos.
También la cebada se posiciona como una opción directa cuando el trigo no cierra por precio o por exigencias de manejo. La avena forrajera aparece como otra posibilidad viable en establecimientos mixtos.
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Malezas: el enemigo que no afloja
Más allá del cultivo elegido, un problema transversal sigue preocupando: el raigrás resistente. Presente en todas las regiones, en algunos casos se controla con pos-emergentes, pero hay alarma por el avance de otras malezas como nabo y nabón. El raigrás resistente a glifosato y cletodim ya se ha instalado como el gran drama en muchas zonas, obligando a repensar esquemas de barbecho y estrategias de control químico y mecánico.
En este marco desafiante, la planificación de la fina no es sólo una cuestión técnica, sino también económica y estratégica. Cada decisión de siembra es una apuesta, y hoy más que nunca, conviene hacerla con información precisa, análisis de escenarios y un manejo ajustado a cada ambiente.