Las plantas contribuyen a un 80% de nuestra alimentación, además de ser la fuente de prácticamente todo el oxígeno que respiramos cada día.
Uno de los impactos que ha tenido la pandemia es que el mundo ha tomado consciencia, tal vez con más claridad que nunca, de la importancia de garantizar el derecho a la alimentación. La crisis sanitaria ha dejado al desnudo la fragilidad de los sistemas agroalimentarios. Y la disminución de la actividad económica ha tenido un efecto devastador sobre los medios de vida de millones de personas, lo que pone en riesgo la seguridad alimentaria global.
Sin embargo, gran parte de la población mundial no está al tanto de algo que los ingenieros agrónomos conocemos muy bien: que no se puede hablar de seguridad alimentaria sin hablar de sanidad vegetal. Y es nuestro deber transmitir ese mensaje a las grandes audiencias. Los profesionales debemos tener un rol más activo, no solamente en el trabajo a favor de la sanidad vegetal, sino también en la comunicación de la cuestión, para que la opinión pública sepa que las plantas contribuyen a un 80% de nuestra alimentación, además de ser la fuente de prácticamente todo el oxígeno que respiramos cada día.
Resulta imprescindible, en ese sentido, concientizar a la gente sobre la necesidad de destinar recursos a esta materia y trabajar en la investigación y el desarrollo. El foco debe ser la prevención de las enfermedades, lo que contribuye al acceso a los alimentos y también a enormes ahorros económicos. La realidad nos demuestra una y otra vez que no podemos dar por garantizada la salud de las plantas que sostienen la nutrición humana.
En consecuencia, la protección de la salud de las plantas no puede ser un tema limitado al debate entre especialistas en ámbitos académicos o técnicos, porque está directamente vinculado con las cuestiones que hoy la comunidad internacional considera las más importantes y urgentes de la agenda pública: la reducción de la pobreza, la erradicación del hambre, la preservación del ambiente y el desarrollo económico.
El mensaje debe ser claro y directo: la importancia de la sanidad vegetal es tal que su impacto es decisivo incluso sobre la alimentación de aquellas personas que no tienen a los productos de origen vegetal directo como el componente primordial de su dieta. Es que la carne o los productos lácteos son producidos a través de la cría de animales, que simplemente no podrían crecer si no tienen a disposición plantas saludables o no se alimentan de piensos de calidad (que son de origen vegetal) para desarrollarse.
Las implicancias de la sanidad vegetal son múltiples
Mantener sanas las plantas que sostienen la seguridad alimentaria resulta un requisito ineludible para abrir las puertas del comercio y garantizar el acceso a los mercados, muy especialmente de productores chicos y medianos de países en desarrollo. El papel de los ingenieros agrónomos, entonces, resulta clave no sólo en las áreas rurales, donde los alimentos se cultivan, sino también para verificar las condiciones de transporte de los mismos.
Por otro lado, la pandemia hizo crecer en las áreas urbanas la conciencia sobre la importancia de mantener una relación armónica con la naturaleza y hoy existe una demanda cada vez mayor de alimentos que lleguen al consumidor con garantías respecto a la forma en que fueron producidos.
Se deben compartir buenas prácticas agrícolas para mantener las plantas sanas al tiempo que se asegure la preservación del ambiente. No puede haber un dilema en ese sentido. Debemos invertir más en investigación científica, de manera que los productos fitosanitarios sean un aliado en el combate a las plagas, aseguren la sostenibilidad de los sistemas agrícolas y garanticen la supervivencia de la biodiversidad a la que tanto daño le ha hecho el hombre.
Los ingenieros agrónomos, entonces, tenemos un rol cada vez más trascendente para el planeta y para las personas. Debemos estar a la altura.