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Raíces y uvas: la aventura vitivinícola de Daniel Ferrúa en el Noroeste Bonaerense

Entre desafíos y obstáculos de clima, y manejo de las aves el proyecto vitivinícola de Chacra La Granja es un viaje lleno de experiencias, sueños y el deseo de hacer historia.

En los campos de Chacra La Granja, a escasos kilómetros de Morse, emerge la historia de Daniel Ferrúa, un emprendedor nato cuya visión desafía los límites convencionales. Su incursión en el mundo vitivinícola local pone en jaque ciertos paradigmas productivos arraigados en la región y reafirma la convicción de ir siempre más allá.

Así nació este viñedo, hace 8 años, en la franja más alta de su campo familiar, como un proyecto impulsado por el afán de productividad, turismo y la ruptura de ideas preestablecidas que tachaban de imposible la producción vinícola en esta área.

El objetivo final es producir 1.000 litros de vino.

El apoyo técnico del INTA local y, especialmente, de asesores del INTA de Mendoza, fue crucial en los primeros pasos. “Consideraba alternativas para aprovechar este terreno elevado, no afectado por inundaciones, pero nunca había contemplado la idea de elaborar vino hasta que los técnicos me la sugirieron”, relata Ferrúa.

Aunque el vino final aún no ha sido obtenido, el camino está trazado con la implantación de 400 plantas de vid en 1.600 m2. No obstante, los desafíos naturales, desde las inclemencias climáticas hasta el acecho de aves y hormigas, surgieron desde el principio. A las calandrias y los zorzales, se suman las cotorras que cortan pedazos de las ramas de la vid para llevárselas a sus nidos.

Junín gusta de turistas activos

“En relación a lo que sucede en la zona de montaña, en nuestra región la humedad del clima y de los suelos en un problema. Por eso implementamos un programa constante con un cuidado de los hongos, y pasamos fungicida mucho más de que lo que se pasa en la zona de Cuyo. A veces parece que está seco pero el rocío le genera mucha humedad”, cuenta Ferrúa.

Las variedades plantadas en Chacra La Granja incluyen uvas tintas como Malbec, Cabernet Sauvignon, Merlot y Tannat. Esta última busca replicar el éxito en regiones con climas similares, como Entre Ríos y Uruguay, donde florece el Tannat. “Hoy, paradójicamente, la Cabernet Sauvignon muestra el mejor rendimiento”, señala. “Nuestra ruta es la prueba y el error, aunque no sea lo más recomendable”.

Una rareza: en el frente de la imagen un viñedo y en el fondo un silo para almacenar granos.

Mallas protectoras: una carrera contra el tiempo

El desafío de proteger las plantas de los pájaros en el viñedo se ha convertido en un verdadero desafío contra el reloj. Para salvar a las plantas de los pájaros en el viñedo se están colocando mallas. “Así como nosotros esperamos que maduren las uvas o se vayan poniendo pintonas, también los pajaritos están esperando lo mismo y no te dan tiempo. Y a veces uno está tratando de esperar que la uva tenga los grados necesarios para cosecharla, y en esa espera el pajarito nos ganó”, dice.

¿Quién dijo que en Morse nada funciona?

A pesar de los desafíos hubo logros. “Nuestro problema es el manejo, no es un problema de la uva.  Estamos trabajando en cosechar en la temperatura justa, pero atentos a que madure sin que se coman el fruto los pajaritos. Con las mallas vamos a buscar juntarlas en tiempo y en forma”, dice.

Impulso y motivación

El impulso inicial detrás de este viñedo fue una mezcla de motivación y visión. Ferrúa aspira a convertirlo en un recurso destacado para el turismo rural, complementando la experiencia de aquellos que buscan un escape cercano y enriquecedor. El objetivo de llegar a elaborar 1.000 litros de vino.

“La idea de tener el viñedo fue por un impulso y una motivación que me lleva a pensar en que puede ser un recurso o una nota de color en el lugar. Sería fantástico llegar a producir vino. Mi sueño es concretar esta propuesta de turismo rural y contar con el viñedo para ofrecer como un complemento ideal para aquel que viene a pasear o no tiene la posibilidad de viajar más lejos”, cuenta.

Daniel Ferrúa, un emprendedor como pocos.

El emprendimiento también apuesta a la llamada uva Crimson, conocida más popularmente como Uva de mesa. “La Crimson no tiene semillas, es muy rica y ahora estamos haciéndole un tratamiento para ver si podemos llegar a cosecharla. Hasta ahora la uva de mesa vino bárbara en la modalidad de los parrales tradicionales”, cuenta.

Un legado en crecimiento: redefiniendo los límites vinícolas

Así como la vid es una planta noble, es también sensible y requiere de mucho cuidado y protección ante las hormigas, las cotorras, los pájaros en general y el clima. Pero el emprendimiento de Ferrúa demuestra que es un mito que solamente se pueda cosechar o sembrar vid en una determinada zona. Ya lo demostraron en su momento los vinos de la Costa bonaerense, los de la zona de Tandil y los entrerrianos.

El sueño de producir vino localmente, teñido por la determinación de hacer del viñedo un destino turístico, impulsa a Ferrúa y su equipo. Más allá de los obstáculos, cada paso firme hacia la producción de vino y la experimentación con nuevas variedades se convierte en un hito que podría marcar el surgimiento de una región vitivinícola incipiente en el noroeste bonaerense.

La nobleza de la vid se entrelaza con la pasión y dedicación de Ferrúa, desafiando los límites geográficos y convirtiendo su viñedo en un espacio de aprendizaje.