Se estima que la producción agropecuaria depende hasta en un 80% del agua. Como recurso natural renovable, escaso e indispensable, el agua es fundamental para la supervivencia de los ecosistemas y para la producción de alimentos, algo que impacta directamente en la calidad de vida de toda la población.
La agricultura atraviesa uno de los momentos más críticos en la región pampeana, donde las precipitaciones se han vuelto impredecibles y las estrategias de manejo de agua se han transformado en un eje vital para garantizar la producción. Juan Ignacio Fariña, ingeniero agrónomo, asesor agropecuario de campos de la zona noroeste bonaerense, cuenta cuales son algunas de las estrategias que implementa en un escenario de sequía.
Para Fariña “la ecuación de la generación de rendimiento en grano está directamente relacionada con la cantidad de agua disponible”. Este concepto implica que el rendimiento depende de la cantidad de agua que puede absorber el cultivo, la eficiencia con que la utiliza y cómo se distribuye esa biomasa en los órganos de cosecha. Sin embargo, reconoce que muchos de estos aspectos escapan del control humano, dependiendo de las precipitaciones que, en esta región, solían estar entre 750 y 1.000 milímetros anuales pero que lamentablemente a raíz de las escasas precipitaciones hoy se está por debajo de este promedio anual.

Frente a esta incertidumbre, las estrategias defensivas juegan un rol clave, enfocándose en aprovechar al máximo cada gota de agua disponible. “Usamos labranzas conservacionistas para evitar la evaporación y manejamos los nutrientes del suelo para no agregar más limitaciones al cultivo”, agrega.
La clave, según el especialista integrante de la Asociación de Ingenieros Agrónomos de Junín (AIAJ), es ajustar las densidades de siembra. Cultivos más densos demandan más agua, por lo que, en épocas de sequía, las siembras menos densas ayudan a administrar mejor los recursos. “Hay muchas estrategias, algunas funcionan más, otras menos, pero todas suman”, afirma.
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Rotación de cultivos y cultivos de cobertura: estrategias sustentables
En este contexto, una práctica ampliamente utilizada es la rotación de cultivos y la incorporación de cultivos de cobertura. Estos últimos, también conocidos como cultivos de servicio, “no solo aportan nutrientes al suelo, sino que mejoran la infiltración del agua y generan biodiversidad a través de sus raíces”. No obstante, advierte Fariña que “también consumen milímetros de agua, por lo que hay que estar atentos al momento de cortarlos para maximizar su aporte sin comprometer los cultivos posteriores”.
La rotación de cultivos, por su parte, es fundamental para diversificar el sistema productivo y reducir riesgos. “No podemos poner todos los huevos en una misma canasta”, dice, refiriéndose a la importancia de variar las fechas de siembra y cosecha en función de los cambios climáticos. Sin embargo, reconoce que las condiciones actuales dificultan ciertas prácticas, como los dobles cultivos (por ejemplo, trigo seguido de soja o maíz), ya que el consumo de agua en los primeros deja a los cultivos de gruesa en una situación desfavorable.
Los pronósticos y la tecnología: ¿una ayuda limitada?
La tecnología y las aplicaciones meteorológicas son herramientas comunes en el trabajo de los agrícolas. Sin embargo, Fariña advierte sobre sus limitaciones. “Vivimos mirando el pronóstico del tiempo, pero llega un punto en el que se agotan esas herramientas”, señala, haciendo referencia a la incertidumbre que generan los modelos climáticos, especialmente en fenómenos de larga duración como el ENSO (El Niño y La Niña).

En este sentido, insiste en que es crucial prestar más atención a lo que sucede en el suelo que a lo que indica el cielo. “Hay que medir cuánta agua útil tenemos en los primeros dos metros de profundidad, que es donde exploran las raíces, y tomar decisiones de siembra basadas en esa información”, recalca.
Por cierto, además el impacto de la sequía no solo afecta a los cultivos. La ganadería, que históricamente ha sido una actividad complementaria en la región, también se encuentra en una situación delicada. “Los verdeos de invierno fracasaron, no hay pasturas con este invierno tan crudo”, explica. Esto obliga a los productores a tomar medidas adicionales, como mover los animales de los lotes para minimizar el daño y reducir el pisoteo. “Es complicado para todas las producciones”, asegura. “Siempre es importante diversificar el negocio y la ganadería ayuda en ese sentido”.
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Adaptarse o sucumbir: El desafío del futuro
Frente a este panorama incierto, el ingeniero se mantiene optimista, pero consciente de los desafíos que se avecinan. “Sabemos que los ciclos climáticos son fluctuantes, con épocas más húmedas y otras más secas”, dice. La clave para afrontar este futuro es la flexibilidad y la capacidad de adaptación. “Mientras más dispuestos estemos a variar nuestras estrategias, mejor nos irá”, afirma.
No obstante, resalta que la gestión de la rentabilidad es un aspecto crucial. “Las empresas agropecuarias tienen fines de lucro, y en nuestra zona estamos produciendo con precipitaciones de áreas semiáridas, pero con costos de la zona núcleo”, comenta, subrayando la necesidad de ajustar los sistemas productivos a esta nueva realidad.

Por último, destaca la importancia de comunicar estos desafíos a la sociedad. “Como agrónomos no somos comunicadores, pero tenemos la responsabilidad de contar qué está pasando en el campo, por qué esto nos afecta a todos”, concluye. Desde la producción de alimentos hasta la sostenibilidad del sistema agropecuario, la sequía es un problema que va más allá del sector y requiere un esfuerzo conjunto.
En definitiva, el futuro de la agricultura en la región pampeana dependerá de la capacidad del sector para adaptarse a estos cambios climáticos, gestionar mejor los recursos hídricos y, sobre todo, seguir innovando para asegurar la producción en condiciones cada vez más adversas.