El cambio climático está transformando la realidad del agro, con fenómenos extremos cada vez más frecuentes. En lugar de enfocarse en culpas, es esencial que todos los sectores trabajen en soluciones prácticas y sostenibles. Adaptar las prácticas agrícolas y contar con el respaldo de políticas públicas e incentivos es clave.
El cambio climático se ha convertido en un tema central en el debate público, especialmente cuando se habla de su impacto en la actividad productiva del sector agropecuario. Los últimos meses han dejado en evidencia la creciente frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, y la pregunta que todos nos hacemos es: ¿qué está pasando con el clima?
La variabilidad climática siempre ha existido, pero en los últimos años hemos visto una intensificación de eventos inusuales como sequías, inundaciones y olas de calor, que alteran de manera directa la producción agropecuaria. Estos eventos extremos generan incertidumbre y complican la capacidad de los productores para planificar sus ciclos productivos con la precisión que requiere el sector.

El cambio climático no es un fenómeno ajeno al sector agropecuario. Sin embargo, el enfoque hacia la agroindustria como un gran responsable del problema es una visión simplista que no ayuda a encontrar soluciones. Si bien el sector contribuye con sus emisiones de gases de efecto invernadero, los números son mínimos en comparación con otros sectores industriales. Más importante aún es reconocer que el agro tiene el potencial de ser parte de la solución. Los sistemas agropecuarios pueden jugar un papel fundamental en la mitigación del calentamiento global gracias a su capacidad para capturar dióxido de carbono en los suelos y la vegetación.
Planificación de siembra: estrategias frente a un contexto complejo
La clave está en ver las oportunidades dentro de los desafíos. En lugar de polarizar el debate sobre qué sector es más responsable del cambio climático, debemos centrarnos en cómo cada uno puede aportar soluciones. No hay tiempo para culpas, sino para acciones que ayuden a mitigar los efectos que ya estamos viviendo.
Los productores, ante la urgencia de adaptar sus prácticas a este nuevo escenario, deben contar con herramientas y estrategias claras para hacer frente al cambio climático. Las buenas prácticas agrícolas, aunque puedan implicar costos iniciales, son fundamentales para garantizar la sostenibilidad a largo plazo. Un ejemplo claro es la gestión eficiente del agua, un recurso cada vez más escaso y afectado por las alteraciones climáticas. Mantener el suelo cubierto es una medida que no solo mejora la infiltración del agua, sino que también aumenta la capacidad de retención de los nutrientes y favorece la biodiversidad.
La incertidumbre que enfrentan los productores, especialmente aquellos que gestionan campos alquilados, hace que la planificación a largo plazo se convierta en un desafío aún mayor. Sin embargo, es imperativo que las políticas públicas acompañen a los productores en este proceso de transición hacia un modelo más sustentable. Es necesario que existan incentivos que respalden las decisiones que, aunque rentables a largo plazo, requieren una inversión inicial que muchos productores no pueden afrontar.
En conclusión, el cambio climático ya no es una amenaza del futuro; es una realidad con la que estamos conviviendo. La clave está en cómo nos adaptamos y cómo encontramos soluciones en conjunto para mitigar sus efectos. El agro no solo debe ser visto como un sector vulnerable, sino también como un aliado en la construcción de un futuro más sostenible. Es hora de dejar de culpar y empezar a actuar. La producción estratégica es la única forma de garantizar un agro resiliente, capaz de afrontar los cambios climáticos sin perder su capacidad de alimentar al mundo.
Por Benito Insúa.