Élide Susana Ortega es un legado vivo de la entrañable curandera de barrio que preserva con amor y sabiduría ancestral las prácticas de la medicina folklórica. Con sus 93 años aún hoy mantiene viva una rica tradición cultural en la curación de dolencias a través de la fe y la flora autóctona.
En nuestra ciudad como en muchísimas otras de nuestro país continúan vigentes algunas prácticas populares que bien podemos catalogar como parte de la medicina folklórica que combina creencias paganas, cristianas, de Fe y en algunos casos, ciertas prácticas provienen del profundo conocimiento de los pueblos originarios sobre las facultades curativas que se encuentran en la flora autóctona.
Comúnmente estas prácticas están a cargo de una mujer de edad adulta, a quien cariñosamente se la llama “la curandera del barrio”, y en quien todos los vecinos confían, además de respetarla por el valor de su desinteresada acción.
En esta oportunidad quiero destacar a Élide Susana Ortega, a quien podemos observar en una de las imágenes, junto su sobrina, en el momento preciso cuando le cura el empacho, práctica que sin dudas forma parte de las tradiciones en nuestro pago.
La tía Élide es “la vecina que cura”, tiene hoy 93 años, “Yo soy del ´30, como dice el tango” (acotó orgullosa) goza de una memoria y lucidez privilegiada; cuenta que cuando era una jovencita mamá de dos varones, aprendió a curar el empacho y la ojeadura gracias a una vecina llamada Linda Rosi, una señora muy grande que vivía en la misma cuadra, destacando que Doña Linda sabía curar muchas afecciones más, como las quemaduras, el sangrado de nariz, la erisipela, entre otras, y fue ella quien le indicó además que para aprender a curar la ojeadura debe hacerse el traspaso un 24 de diciembre a las 00h de la Noche Buena, y en un papelito, que se guarda muy bien, constan las instrucciones y las frases que nadie puede ver; en cambio para curar el empacho la acción debe ser aprendida un 23 de junio en vísperas de la fiesta de San Juan.
Se acostumbra utilizar un lazo que no sea elástico, un centímetro habitualmente, (en aquella época no faltaba en ningún hogar) y se recitan palabras mentalmente, invocando a Dios a través de Jesús, María y José, sobre la persona empachada y si no está presente en ese instante, otra puede tomar su lugar, pero el rezo es a nombre del empachado. Y no debe faltar la convicción de la sanación y la Fe para llevar a cabo el breve, pero no menor ritual casero.
En cambio (continúa relatando La Tía Élide) la ojeadura se cura en un plato con aceite o “de palabra” mencionando el nombre de la persona que se siente mal, y quien cura suele sentir síntomas de bostezos y ciertas molestias en los ojos, pero es indispensable, luego, “autocurarse” en su propio nombre repitiendo la misma oración para poder quitarse el mal que en el acto la afectó…
Actualmente Élide vive en una gran casona acompañada de mujeres que por alguna razón no pueden estar solitas, y sigue curando cada vez que alguien lo necesita, ahora ella es “la curandera del hogar”, como la llaman cariñosamente.
A pesar de no haber transmitido este conocimiento popular a nadie, ella recuerda que su vecina Doña Linda sí lo hizo con varias mujeres de su barrio, vale destacar este dato ya que confirma la tradicionalidad de esta práctica, cumpliendo con esa transmisión espontánea de generación en generación.
La tía Élida es un ser maravilloso de gran corazón que más allá de las circunstancias de la vida y su edad continúa ayudando a sanar los dolores de sus compañeras y vecinos. Su bondad, reflejada en sus manos, su sentido de solidaridad en sus palabras y su calidez humana, hacen de Élide una tradición en sí misma, a quien respetamos y festejamos su valioso aporte al bagaje cultural que hoy se mantiene vigente gracias a ella, la curandera del hogar, “la tía Élide”.
Por María Eugenia Alvear.
Profesora de Historia y de Folklore