Cada día que pasa se hace más fascinante la historia detrás de las puertas del boliche “ Club Almafuerte”, donde el tiempo parece detenerse desde fines del siglo XIX. Esta esquina atemporal es testigo de amistades que trascienden generaciones.
La antigua y característica puerta de entrada situada justo en la ochava de Lartigau y Canavesio se abre todos los días desde las 11 de la mañana y se cierra entrada la noche; en la fachada, bien alto se distingue un cartel que evidentemente tiene varias décadas y permite leer algunas descoloridas letras que identifican el tradicional boliche “Club Almafuerte”.
Diego Hernán López, tercera generación a cargo del boliche “Club Almafuerte” cuenta que la locación data de fines del siglo XIX, que en sus inicios fue un establo y luego un mercado de ramos generales en 1906 aproximadamente, hasta que su abuelo materno, Don Luis Durán, le dio curso al funcionamiento de este espacio como boliche.
Años más tarde, cuando él falleció, su esposa e hija estuvieron a cargo. Actualmente es su nieto quien está al frente con un fuerte sentido de pertenencia y lo considera de gran valor familiar. Si bien Diego López tiene su trabajo estable, además sostiene la apertura diaria del boliche por sobrados motivos como la pasión que heredó de su abuelo y el objetivo de mantener viva la historia que guardan esas cuatro paredes. Todo lo comparte con vecinos y paisanos desde pueblos aledaños como Baigorrita, Morse, Alem, Vedia y O´Brien.
Todos coinciden en que no hay otro igual, un lugar de encuentro donde muchas almas solitarias en su vida cotidiana, sienten este espacio como propio, donde compartir no sólo unos tragos, algunas picaditas y cada tanto un asadito, sino que también se juega a las cartas, se cuentan anécdotas, comparten penas y alegrías del amor, y se da cátedra sobre algunos menesteres de conquista, siendo esto motivo por el cual muchos llaman a este boliche “la escuelita”.
Además, se organizan “comilonas”, guitarreadas, se festejan cumpleaños y otros eventos, por lo general de forma espontánea. En el patio no falta la parrilla, pero también el “disco”, y cada fin de año se organiza la cena de despedida donde nadie se pierde la partida.
Los muchachos que concurren cuidan el patrimonio del boliche y sostienen que su impronta no debe modificarse, por este motivo nunca se han realizado remodelaciones, pero sí se incorporan recuerdos, como camisetas de fútbol, trofeos de campeonatos deportivos, y una gran placa obtenida como reconocimiento en una competencia de asadores. Todos son de especial valor en la historia del boliche y de su muchachada, y no falta, desplegada en el centro del salón, una hermosa Bandera Nacional Argentina.
Detrás de la barra que atiende el simpático cantinero Nico Colman, se encuentran unos estantes donde se lucen curiosos objetos, además de bebidas por supuesto, hay guantes de boxeo, pelotas de fútbol y de rugby, damajuanas y un antiguo sifón de soda.
Las mesas y las sillas le dan al recinto un ecléctico estilo donde conviven mesas de madera, fórmica, la típica de chapa y algunos asientos plásticos, entre otros, dándole de esta manera un cálido sentido hogareño. No faltan los perros, dos pichichos mansos que tienen asistencia perfecta.
Cuando no hay guitarrero en vivo que engalane la jornada, se hace uso de un equipo conectado a un televisor que permite escuchar de fondo una selección musical bien criolla, no podía ser otro género musical…
Entre tantas anécdotas que pueden citarse, destacan una gran reunión convocada por quien es reconocido como el asador oficial del boliche, apodado “el Chueco” Álvarez, quien en una oportunidad festejó su cumpleaños dándose cita más de 200 personas, que desbordaron el lugar. Había mesas en el patio, en el salón y en la vereda a ambos lados de la esquina, inolvidable cuentan.
Otra particularidad del “Almafuerte” es que reúne varias generaciones, si bien la edad promedio de los asistentes es de 65 años, concurren jóvenes como el cantinero de unos 30 años, pero todos con el mismo afán de acompañarse. “Somos compañeros de la vida” (dijo uno de ellos) reflejando amistades de años, abuelos, hijos y nietos unidos en este lugar que bien podemos comparar con las primeras pulperías que fueron tan propias de nuestros pagos, allá por el siglo XIX, instituidas como emblemáticas instituciones difusoras de cultura popular.
“El Club Almafuerte” en esa esquina tan emblemática del barrio “Nuestra Señora de Luján”, en la ciudad de Junín (BA) es, fue y será el boliche de la paisanada que aún guarda en sus corazones bien aquerenciado el sentimiento de una tradición felizmente vigente.
Por María Eugenia Alvear.
Profesora de Historia y de Folklore